Evelin Velásquez
domingo, 8 de junio de 2014
TRANSFIGURACIONES
Belleza
envenenada
Este
aposento se preparó para otra más santa,
esta
cama para otra más melancólica.
Edgar Alan Poe
Por
Sol Astrid Giraldo E.
Universo bizarro, planeta de pesadillas,
donde las diosas ya no visten de azul, donde el oro ya no brilla, donde los
niños son monstruos deformes que no dejan de nacer. Muros desnudos, pedestales
quebrados. El boato ha pasado, las fanfarrias se silenciaron. Sólo quedan algunas
mujeres náufragas que quisieran desaparecer, hacerse sombra, pero todavía
sangran. Imágenes fugadas que conforman esta exposición de la joven artista Evelin Velásquez.
Imágenes sobre imágenes.
En nuestros tiempos no parece haber nada
que no tenga una réplica virtual. Las imágenes se reproducen exponencialmente y,
más que a un referente real, suelen aludir a otras. Éste es el horizonte de su obra
en la que hasta la misma artista quisiera hacerse imagen.
La obra de Evelin se sumerge en las
repletas bodegas culturales de Occidente para hurgar, no tanto en las imágenes
canónicas, como en sus ruinas. En su exploración, sin embargo, es bastante
selectiva. Sólo va tras las imágenes de mujer que el mito, la literatura, las leyendas, el arte han arrojado al
basurero de los tiempos. Un repertorio que suele ser limitado a musas, diosas,
heroínas trágicas, doncellas o madres. Santas, lascivas o melancólicas. Así ha
encontrado a Ofelia en una bañera negra, a Tisbe detrás las paredes de una casa
abandonada, a sirenas exhaustas en la playa…
Pero ésta sólo es una parte de su investigación.
Michel Foucault ha dicho : “No vivimos, no morimos, no amamos dentro del
rectángulo de una hoja de papel”[1]. Evelin se sale, precisamente de ese
plano neutro y bidimensional. Con un profundo interés por los espacios, “por la
sensación de lugar”, su estrategia ha sido alimentarse de ciertas imágenes de
la tradición, no para volverlas a pintar, sino para recrearlas con su propio cuerpo.
Aunque a veces el procedimiento es
a la inversa: un espacio le intriga, lo explora y de allí surgen imágenes que
pueden tener o no ecos en la historia.
Estas son, pues, las coordenadas
fundamentales que suelen estructurar su obra: arquetipos femeninos, espacio y
cuerpo. Líneas que se trenzan en una danza al filo de la razón y los conceptos.
Evelin camina, más bien, por una senda de símbolos abiertos que se distancian
de las correspondencias cerradas de la alegoría. Así, construye en estos
trabajos poéticas personales que muchas veces, aunque no necesariamente,
terminan trabadas con arquetipos universales.
Vivir
la imagen
Para apropiarse de estos espacios acude al
performance. A través de una acción, la artista más que crear, vive las imágenes
en una serie de espacios que también colecciona. Los busca en los bordes de las
ciudades, las playas, los caminos.
Por lo general, se trata de lugares marginales, al borde de la luz y el progreso: una casa
derruida, un vetusto taller artesanal, una capilla abandonada. Un espacio, que como
dice Bachelard[2] en su
Poética no está “entregado a la
medida del geómetra. Es vivido. Y no en su positividad, sino con todas las
parcialidades de la imaginación”. Espacios inconmensurables, subjetivos, que se
convierten en la savia de sus imágenes.
En ellos realiza sus representaciones, transmutada
en un personaje que ha definido previamente y que encarna con un vestido, un
gesto, un objeto-atributo, un maquillaje. En estos personajes, dice la artista: “Soy yo, siendo otra”.
Es decir no se trata de autorretratos, como los de Claude Cahún o
Alicia Vitieri, que tienen
una pregunta por la identidad personal o por la intimidad subjetiva. Tampoco son parodias con intenciones
políticas como las de Cindy Sherman o Liliana Angulo. En cambio, aparece allí
un personaje encarnado que indaga por los pliegues no revelados del arquetipo,
por las máscaras históricas de la feminidad, por los laberintos del canon
establecido para el cuerpo y la presencia de las mujeres en la cultura
occidental.
Esta puesta en escena la hace siguiendo un boceto
visual que ha determinado previamente, pero que no es un guión teatral. La obra
está marcada, pero la artista deja que el momento transcurra, que el personaje
emerja, que el espacio se despliegue, que los objetos expongan sus adherencias.
También, que su cuerpo se someta a extremas tensiones. Entonces, el espacio se
afirma, el cuerpo habla, la obra sucede y se da aquel “esplendor” de la imagen
del que hablaba Bachelard: un instante inefable que condensa una intuición
poética. Una imagen que funda y abre un mundo para ofrecer como una ventana a
la intuición del espectador.
La fotografía, pues, es sólo un eslabón de
la propuesta artística total. Ella registra ese acto efímero, ese resplandor, ese momento, ese cuerpo transformado, ese
lugar significado, que bajo el
formato fotográfico puede ser llevado a la galería. Bachelard imaginaba un
hipótético “álbum de lugares que sirvieran para interrogar nuestro ser solitario”.
Y de alguna manera esto es lo que busca
la artista con sus trabajos: revelarnos una colección, no de paisajes en el
sentido tradicional, sino de lugares donde ha habido epifanías que comparte y
logra trasplantar vivos a la sala de exposición.
Ensoñar
espacios
Para hablar de la obra de Evelin podría ser
útil el concepto de ensoñación desarrollado por Bachelard, cuando habla de
aquella actividad de la conciencia (y no de la inconciencia como el sueño), que
permite desplegar la función de lo irreal en lo real. Ensoñaciones de mundos “donde
nuestra vida tendría todo el esplendor, todo el calor, toda la expansión
posible…”. Entonces, se podría considerar a Evelin como una ensoñadora que
plantea estos mundos particulares desde una conciencia creadora. Sin embargo,
no hay paz en sus escenarios trágicos.
En los espacios que plantea, al contrario, más
bien se suele presentar un corto-circuito entre el personaje y su
lugar. Sus fotografías y videos reviven una falla de la que la vida racional
prefiere no hablar. La armonía del cuerpo con el entorno se interrumpe por
huecos y rendijas, físicos e imaginados. En estas obras hay, más bien, la
declaración de una imposibilidad de sus mujeres de ejercer la función de habitar,
de apropiarse asertivamente del espacio.
Carne
barroca
Esto es particularmente notorio en la
actual curaduría, en la cual explora los
remolinos espirituales y carnales de la imaginería católica. Esta religión
obsesionada con los relatos del cuerpo femenino le ofrece un extenso partenón para
indagar. Así, la Virgen niña, la Virgen madre, la mujer mártir, la mujer
castigada desfilan por este escenario en una total tensión entre la luz y la
sombra como la que origina al planeta barroco.
Aunque el repertorio católico podría
parecer extenso en formas y personajes, en el fondo es bastante limitado. Si
bien hay centenares de santas, beatas, mártires e innumerables advocaciones
marianas (la del Carmen, la del Rosario, la de La Asunción y un etcétera
inagotable en una religión iconófila como pocas), la representación de lo
femenino está allí absolutamente controlada. En la imaginería religiosa los
gestos virginales están codificados, los cuerpos normados y, en general, impera
un férreo mandato sobre el cuerpo femenino, lo que debe ser, lo que debe
parecer y donde debe estar.
Este no es un asunto menor, ni corresponde
en exclusiva a los dominios de la estética o al dogma. Desde los tiempos de la Colonia hasta los presentes, la imagen de la Virgen María con sus interdictos es el gran
horno moldeador del cuerpo femenino latinoamericano. Situación que ha sido
entendida desde esta perspectiva por muchas artistas contemporáneas, quienes al
momento de redefinir sus propias corporalidades han sentido la necesidad de
producir contra-imágenes del icono mariano. Así, hay ya todo un género del que
hacen parte las versiones políticas de Ethel Gilmour, las paródicas de la chicana
Alma López o Beatriz González, o las decididamente feministas como la de
la mexicana Mónica Mayer, entre muchas otras artistas de Latinoamérica quienes
más que un homenaje a la imagen mariana, le han realizado radicales preguntas[3].
Con el
presente trabajo Evelin Velázquez se suma a esta tradición de mirar con ojos
contemporáneos una imagen milenaria la cual, sin embargo, sigue cargada de poder en nuestros días. Sin
embargo, se aleja de aquellos caminos abiertamente críticos o políticos, lo
cual no significa que sus aproximaciones no hayan sido bastante iconoclastas.
Para Marchan Fiz, las imágenes canónicas del arte destilarían secretas viscosidades
que sólo una refinada mirada contemporánea ha sido capaz de sacar a flote[4]. Este es el punto en el que se instalan las apropiaciones
realizadas por Evelin. El amplio repertorio de la historia del arte también es un dispositivo que guarda
memorias. La artista parece rastrearlas y sacar a la superficie lo que la obra tradicional
solo sugirió en un momento como el
barroco donde se ocultaba para mostrar o se mostraba para ocultar.
Las
otras Marías
María de los silencios
es una obra donde se pueden ver las particulares transgresiones de la artista a
los criterios ortodoxos de la imaginería católica, donde María es un personaje que
no tiene relato propio. Aparece y desaparece en la Biblia sólo en cuanto da a
luz a un dios o lo acompaña a una boda o lo asiste en el momento de su muerte.
De resto, desaparece entre grandes silencios narrativos e icónicos: ¿qué
sabemos de ella cuándo no está en la función de la maternidad?
Poco o nada. Es que no es una diosa como
Isis o Hera, es sólo la madre de un dios. Su lugar y su presencia sólo están
garantizados por ese hijo en brazos, recién nacido o recién bajado de la
cruz. Y en su rol de madre habitó
todos los espacios, tanto los de la devoción como los sociales de América
después de su conquista. El mandato de sus imágenes era y sigue siendo claro:
el destino del cuerpo femenino es la maternidad. Y así se le sobre-representó en
todas las esquinas y grutas: como una madre virgen, con un cuerpo siempre en función
de los otros.
La
María de los silencios de esta exposición lleva el postulado maternal a sus extremos.
María procrea un exceso de niños que le ruedan por la falda, niños deformes
como el de la Maternidad en la Calle
de Débora Arango, o bebés muertos como los de Frida Kahlo. Al fondo, un muro
repleto de imágenes masculinas, definen su feminidad por contraste. Aunque
conserva la actitud corporal exigida por el modelo canónico, la cabeza baja,
los ojos cerrados, no comparte la plenitud que debe ostentar la maternidad cristiana.
Esta María, que no fue capaz de proteger, está
vestida de negro aunque no se trata de un funeral, sino del único momento que
justifica su vida. El luto, el
gesto de dolor, los niños decapitados, la amargura del rostro le tuercen el
cuello a la ortodoxia de la imagen. Una desviación que podría llevarnos incluso
a las costas de la Cólquida, donde Medea no duda en asesinar a sus hijos, al
privilegiar su papel de amante sobre todos los demás. María-Medea, personaje inédito y feroz de una mitología
hecha de fósiles patriarcales, usualmente coloreados de rosa, que aquí se
revuelcan como fantasmas.
Las transgresiones al canon mariano
continúan en su Virgen de los Lirios,
donde la niña María tomada de cuadro del mismo nombre del pintor antioqueño
Francisco Cano, va contra otro de los mandatos medulares de la imagen mariana:
“No envejecerás”. Así como San José era representado como un hombre maduro, María
nunca enfrentó los estragos de la edad, hasta llegar a ser más joven que su
hijo en la iconografía de las Pietá. Es
que el ideal femenino católico era el de una mujer blanca, pasiva, asexuada y
eternamente joven (no muy lejos de los actuales mandatos publicitarios). Esta
Virgen de Evelin, sin embargo, fue tocada por la mano del tiempo como Rosita,
la soltera de García Lorca. Abandonada en este taller de un demiurgo
ausente, se resquebraja también en las contradicciones e inconsistencias del
mito.
Otro lugar que tienen las mujeres reservado
en el imaginario católico en
particular, o en el de la historia del arte en general, es el de las perdidas, las desobedientes, las
rebeldes, quienes deben ser tenazmente castigadas como escarnio por infringir
la ley patriarcal. Ellas protagonizan una extensa galería de heroínas caídas y
complejas como Eva, madre de todos los pecados, como la seductora María
Magdalena, como la curiosa Mujer de Lot, quien ni siquiera tiene nombre propio.
Mujeres todas que arrastran a los hombres a la perdición.
Evelin se apropia de esta última leyenda y
de esta imagen llevando su cuerpo a un desierto de sal donde campea la
desolación. Sin embargo, este
cuerpo vivo en contraste con el cangrejo muerto, realiza un acto de
transgresión al castigo divino al ocupar un espacio sobre la tierra y entrar con
sus senos en resonancia con el paisaje, como lo hiciera décadas atrás la mujer
de la obra Montañas de Débora Arango.
Ambos trabajos hacen una afirmación tanto del espacio como del cuerpo, negados
con igual ferocidad a las mujeres.
Además de las anti-heroínas castigadas por
la mano de Dios, de un ángel, de un justo, en los relatos católicos también había la posibilidad del
auto-castigo que permitía la invaluable
oportunidad de gestar a una mártir. Así nos llega Santa Lucía, la mujer que
cambió sus ojos por el cielo, que renunció a aquellos órganos que la podían
llevar a la herejía del deseo, que reescribió su anatomía gracias al lenguaje
de la sangre y el dolor purificador.
Esta curaduría se encuentra plena de
alusiones barrocas, de sus obsesiones corporales, de los imposibles lógicos que
hacían coincidir contrarios como la carne y el espíritu, como la vida y la
muerte, y que la época convirtió en su motor. Las luces que crean estos ambientes replican aquel
claro-oscuro de los templos en los que se dramatizaba sensorialmente la lucha
entre el bien y el mal. El resultado es esta serie de imágenes complejas,
intrigantes, donde la mujer ya no va tras la fantasía de los paraísos
publicitarios, sino que asume y encarna los tormentos de las peores pesadillas.
Imágenes que no temen ser imágenes en una época de iconoclastias, ni rechazan el
espesor simbólico en un horizonte desechable. Imágenes que no le temen a la
belleza en una escena artística que ha decidido expulsarla. Sus fotografías,
empero, nos recuerdan que precisamente la belleza también puede ser uno de los
destinos naturales de la imagen. Sólo que aquí está envenenada como todas estas
protagonistas de muy dudosa santidad.
.
[1] FOUCAULT, M (2011, marzo 21), Michel
Foucault por sí mismo (2003). Visto 13 de enero de 2014. https://www.youtube.com/watch?v=_wEsYlr5DQM
[2] BACHELARD, Gastón, 1994. La
poética de la ensoñación. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
[3] GIRALDO, Sol, enero-julio 2013. “Vírgenes en contra-vía”.
Co-herencia, Revista de Humanidades Universidad EAFIT, Medellín, Colombia, p
263-280.
[4] MARCHAN FIZ, Simón. Del arte objetual al arte del concepto. Madrid:
Akal.
[4]
sábado, 1 de junio de 2013
ASÍ HICIMOS LA VIRGEN DE LOS LIRIOS
miércoles, 8 de mayo de 2013
lunes, 1 de abril de 2013
PONIENTES (producción)
Registro fotográfico:
Francisco Cifuentes
Yojan Valencia
Mauricio Arroyave
Vestuario, asistencia y maquillaje:
Juliana Giraldo Calderón
Viviana Serna
Yenifer Madrigal
Laura Montoya
Carlos Mario Pimienta
Dione Valencia Giraldo
Maira Alejandra Vargas
Dione Valencia Giraldo
Maira Alejandra Vargas
FÁBRICA DE CERÁMICAS (CARMEN DE VIBORAL)
LECTORA (JERICÓ)
NOVIA (JERICÓ)
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